jueves, 15 de abril de 2010

Tres décadas de democracia colonial y de desmalvinización



Patricio Lons.

Veintiocho años atrás, la guerra de Malvinas y Atlántico Sur constituyó un conflicto patriótico que enfrentó a la Argentina semicolonial de entonces, gobernada por un gobierno cívico-militar, con una de las principales potencias del planeta, respaldada por el bloque de naciones centrales, encabezado por Estados Unidos. Más allá de las intenciones de los ingleses que precipitaron el conflicto bélico como ellos mismos lo reconocieron y que quedaron sorprendidos —según sus propias declaraciones—, por el coraje argentino, la naturaleza del conflicto no puede ofrecernos dudas, el deber de todos los patriotas está del lado de la patria que libra la batalla contra los dominadores.

La derrota política
El autoengaño de quienes estaban al frente de la Junta Militar (la idea de que Estados Unidos desempeñaría un papel mediador entre dos aliados privilegiados y que el gobierno conservador inglés no se embarcaría en un conflicto bélico) y la verdadera naturaleza de la guerra, estableció las condiciones de la derrota, cuyo origen fue, ante todo, político. En ningún momento nuestro gobierno tuvo en cuenta que para recuperar las Malvinas, por vía militar o mediante negociaciones, era imprescindible una política nacionalista. Mantuvieron en todo momento el conjunto de ideas que los llevaron a sostener un programa antinacional, destinado a destruir nuestra independencia económica. La permanencia de Roberto Aleman al frente del Palacio de Hacienda, representante del capital financiero internacional y de las corporaciones monopólicas, como antes lo había sido Martínez de Hoz, constituyó el presagio más claro del desenlace del conflicto. Nunca se dieron cuenta que este ataque era la continuidad del apoyo inglés a la subversión apátrida que nos atacó en Tucumán y en todo el territorio nacional.

Como no podía ser de otro modo, las consecuencias de la derrota política y militar comenzaron a pesar de un modo abrumador sobre el destino del país apenas cesó el tronar de los cañones. La política de desmalvinización fue la principal de esas consecuencias. En torno a esa política se organizó el conjunto de significaciones imaginarias que habría de predominar en los años venideros. Su objetivo fue restablecer los mecanismos de dominación y hacerlos perdurables en el tiempo.

El verdadero significado del 2 de abril
Tras la caída de Puerto Argentino y del subsiguiente colapso político, los círculos influyentes de la burguesía local y el capital extranjero comprendieron la necesidad de imprimir un giro en el manejo de los asuntos públicos, así como en el sentido de los mensajes que se enviarían desde la escuela y los medios para anular el pensamiento patriótico entre nosotros los argentinos, en correspondencia con los nuevos tiempos que se avecinaban. En primer término, era imprescindible que la nueva democracia en curso, hija de Margaret Tatcher y de Isabel II, es decir, impuesta por los vencedores, impidiera cualquier posibilidad de adquirir conciencia nacionalista para entender la política que encerró el conflicto bélico, inconfundible a la luz del comportamiento de Gran Bretaña, Estados Unidos y de sus aliados europeos.

Apuntando en esa dirección, la recuperación de Malvinas fue presentada como una decisión irracional, y los militares que llevaron a cabo, demonizados. De acuerdo con el nuevo discurso, inspirado en usinas ideológicas del exterior, con amplia repercusión interna, se decía que constituía un verdadero despropósito que un país subdesarrollado y dependiente pretendiese enfrentar militarmente a una potencia de primer orden. Es decir, que nos conformáramos con ser esclavos. De forma tal, el 2 de abril fue explicado, en reiteradas ocasiones, creando el mito de un borracho irresponsable. No importó que hasta ese momento las guerras de liberación nacional en China, Vietnam o Argelia (así como hoy las presentes luchas de los pueblos en Palestina, Irak y Afganistán), hubiesen demostrado que la supuesta imposibilidad de enfrentar al colonialismo y al imperialismo, constituía una falacia. En este sentido, también la guerra de Malvinas arrojó enseñanzas instructivas. Por ejemplo, en marzo de 1984 The Economist sostuvo que, sin ayuda de Estados Unidos, no sólo Gran Bretaña no habría podido ganar la guerra, sino que tampoco hubiera podido organizar la campaña militar. Asimismo, son abundantes los testimonios de origen británico sobre lo cerca que estuvieron de la derrota las fuerzas de su graciosa majestad. De hecho los ingleses reconocen 1032 bajas pero ocultan por lo menos dos mil más contra 180 soldados argentinos, el resto de nuestras bajas son aviadores y marinos con lo cual llegamos a 649.

En el marco de tantas mentiras en los años de posguerra, los soldados argentinos perdieron su condición de combatientes de una causa nacional, que nos permitiría aumentar nuestro amor patrio y fueron presentados como “los chicos de la guerra”, criaturas inocentes, arrojadas al infierno del conflicto militar en situación de indefensión por la supuesta ineptitud y cobardía de una oficialidad incapaz de afrontar el peligro. No importaba que la proporción de bajas en los distintos rangos de las fuerzas armadas argentinas, no probara en absoluto el relato desmalvinizador y mostrara en realidad el coraje de oficiales, suboficiales y soldados de nuestra patria. Por ejemplo, en la Fuerza aérea el 95 % de las pérdidas fue de oficiles y suboficiales.
Una mezcla de pacifismo, democratismo y antimilitarismo burgués, de la cual el alfonsinismo fue la expresión política más decidida, impregnó los distintos aspectos de la vida política nacional, y caló hondo en el ánimo de una clase media desmemoriada y desmoralizada, base social necesaria para el discurso organizado en torno a la falsa antinomia democracia/totalitarismo. Fue bajo esta influencia que se aseguró la continuidad de las transformaciones de fondo iniciadas por el programa de Martínez de Hoz en 1976, y que han perdurado hasta el presente, destrozando nuestra economía y fraguando un sistema político falaz que provoca la desazón de todos nosotros y que nos hace bajar los brazos.

Pero así como esa continuidad no está asegurada, ni mucho menos, el 2 de abril y la guerra en el Atlántico Sur recuperarán su lugar en una historia verdadera, servirán de punto de partida para la conformación de una conciencia nacional, y para la gestación de un gran movimiento cristiano y patriótico de amor argentino orientado hacia la liberación de la patria. Será la manera de ganar la posguerra. Debemos tener en cuenta que los ingleses no estan hace 180 años en Malvinas, ese período se lo cortamos a los 149 años, sino desde el 14 de junio de 1982 ya que ejercimos plena soberanía durante 74 días y ahora quieren avanzar sobre el continente, nuestra minería y nuestras riquezas explotándolas de manera contaminante para que le dejemos el terreno vacío. Hay muchas maneras legales y valientes que tenemos los argentinos de defender nuestra patria. Sumémonos en una verdadera Resistencia patriótica que sea el resurgir de nuestra nación.

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