Nuestra discusión sobre si las Malvinas son
argentinas es un debate que los ingleses mantienen a sangre y fuego porque toca
sus intereses y no por su falsa preocupación por los malvineses, denominados
por los ingleses kelpers.
El Preámbulo
de la Constitución
Argentina expresa cuál es la visión de aquellos prohombres
que la redactaron del por qué y para quién decidimos liberarnos. El por qué
queda más que claro: SER LIBRES, de España y luego de toda dominación
extranjera. El para quién está redactado de una manera tan perfecta y efectiva
que no cabe otra interpretación: “para
nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en
SUELO ARGENTINO”.
Por ello, los kelpers, los británicos, los
chinos, los indios, los australianos, los africanos y todos los “hombres del
mundo” pueden mantener su nacionalidad, su religión, sus afinidades, incluso sus
posiciones políticas, sin nunca dejar de ser habitantes de nuestro suelo para
lo cual sólo deben respetar nuestras leyes para un mejor convivir.
Pero el Preámbulo no se queda en simples
palabras: las colonias judías, chinas, indias, japonesas, británicas, alemanas
y tantas otras son una demostración cabal de nuestro planteo.
Por otra parte, el debate planteado por el
Reino Unido sobre la auto determinación de los kelpers es una discusión sin
sentido porque carece de fundamento jurídico. El deseo de los isleños de ser británicos
es un deseo sostenido desde el 14 de junio de 1982/83, fecha en la que
Inglaterra decidió, después de 150 años, contabilizarlos como ciudadanos británicos.
Son tan británicos como los dueños de las estancias argentinas el Cóndor y
otras tantas. Son tan británicos como quieran serlo y ese no es un problema
para los argentinos. También pueden ser de cualquier otra nacionalidad, la Argentina los recibió,
los recibe y los recibirá siempre con los brazos abiertos. Los tanos, los
gallegos y tantos otros pueden dar fe de lo aquí planteado.
¿Más pruebas? Los kelpers son ciudadanos
argentinos, nacidos y criados en nuestro suelo, en suelo argentino, que, en
virtud de la prédica constante de toda la vida les permite pensar en inglés y
sentirse todo lo ingleses que quieran. Pero no son ni más ni menos argentinos
que los galeses que habitan el Chubut aunque deseen registrarse como británicos
¿Qué los inhabilita? Nada ¿Quién se los prohíbe? No son ni más ni menos
argentinos que quieran ser porque nuestro país los considera ARGENTINOS por el
solo hecho de haber nacido en nuestro suelo.
Entonces ¿de qué nacionalidad estamos
hablando? ¿Qué impedimento existe para generar
tamaño descalabro mundial? ¿Cuál es la verdadera llama que enciende tal
anacronismo?
Estas preguntas se responden solas, todos
sabemos de qué se trata, no hay inocentes. La verdad es una sola: el poder y la
voluntad de ejercerlo y la verdad de esta historia es la proyección antártica y
la discusión futura del tratado antártico y la explotación de sus recursos, la
nacionalidad, la bandera. Los habitantes de las islas Malvinas no son un tema
que preocupe a Gran Bretaña, a ellos sólo les inquieta el capital y el poder y
es sólo desde ese punto desde donde se puede justificar tamaño gasto, semejante
despliegue a más de 14 mil km de distancia. No es posible que los kelpers sean
tan inocentes de creer que la corona piensa en ellos, ellos que no son más que
la excusa perfecta para someter a un país soberano y abierto como la Argentina al vil y
anacrónico colonialismo.
Durante 150 años sostuvieron una postura
retrograda y autista. A pesar de los innumerables reclamos, la corona siguió en
su tesitura, promovió una conflagración para quitarles a los británicos fondos
suficientes como para armar una fortaleza en Malvinas. Consiguió, producto de
sus genios en diplomacia, que la constitución europea tomara nuestro suelo
insular como parte de su comunidad y, gracias a esa actitud, la acción diplomática
y poder de veto en la ONU
sostienen una postura extemporánea que viola las resoluciones de la misma
comunidad de naciones unidas.
Hoy, a 179 años de la toma y expulsión de los ciudadanos argentinos que habitaban
aquellas tierras, nuestra Presidenta habló en el Comité de Descolonización y,
para refutar sus fundados argumentos, amenazaron con un plebiscito en las islas
y pusieron a estudiantes a pedir por su libertad de elegir su nacionalidad. Difícil
imaginar algo más absurdo.
Hemos demostrado al mundo nuestra actitud,
en nuestro país todos somos libres sin importar raza, credo o posturas
políticas. Hasta los empresarios británicos pueden dar fe de ello, los
británicos residentes en nuestro país no podrían decir otra cosa, las empresas británicas que se desarrollaron
y crecieron al calor de nuestras libertades son prueba evidente. Entonces,
volvemos al principio: ¿Qué hace la diferencia entre nosotros y ellos? Sólo una
cosa: la integridad territorial. Nadie puede aducir que en nuestro país faltan
garantías para hacer buenos negocios, nadie puede pensar que si ondeara la
enseña nacional en Malvinas, caducarían sus contratos o perderían sus pertenencias.
Esos miedos los imponen desde Londres, pero son pocos a los que les conviene
creer en ellos. Izar nuestro pabellón en las islas tendrá como efecto la
posibilidad de aplicar las leyes argentinas y ninguna de ellas conculca
derechos.
Ser un país libre y pacifista tiene costos,
pero ninguno de ellos implica la sumisión a una potencia extranjera. El
anacronismo propuesto por la política londinense, que pretende imponer el peso
de submarinos nucleares y destructores de última generación -cabal demostración
de su fuerza bélica y de su imbecilidad diplomática- demuestra que la política
de las cañoneras está alejada de la realidad y en decadencia. Y que la unidad
de América del Sur pondrá las cosas en su sitio, propulsándonos a un destino de
grandeza.
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